«Arrancar estas páginas de la intimidad del diario (borrar las fechas) para emanciparlo del Libro de las sombras (ese libro secreto que todos escribimos, todo el tiempo, en nuestra imaginación) y mostrar así solo un fragmento, el detalle de una piedra, la evidencia de que justo ahí, alguna vez, sucedió un terremoto».
Una frase subrayada en un libro que lleva a otro libro, y este a otro y a otro más; sueños propios y ajenos que se entrelazan formando una maraña; la sorpresa ante la escucha de una melodía que diluye el ensimismamiento. Este libro de las sombras lo levantan las casualidades que, en su conjunto, forman una casa ¿o es un cuerpo?. Al adentrarnos en sus habitaciones, ponemos el pie en un laberinto de espejos donde la coincidencia con nuestras obsesiones nos devuelve una imagen de lo que somos o acaso creemos ser.
En un delicado equilibrio entre el diario personal y el ensayo, la escritura de Galay reordena el caos de la paranoia cotidiana, busca un patrón, junta los fragmentos disonantes para darles forma y crea el itinerario de su propio mapa mental. En el centro se encuentran la idea de composición de una pieza sonora, un edificio o un texto y el azar como sustrato sombrío de las metamorfosis.