Tres circunstancias aparentemente inconexas hicieron posible que el monstruo de Frankenstein cobrara vida en la imaginación de Mary Shelley: la erupción de un volcán en una remota isla de las Indias Orientales, un verano singularmente frío y lluvioso –el verano helado de 1816-, y el hecho de que un grupo de poetas ingleses -con Lord Byron y Percy Shelley a la cabeza- se instalara con su séquito de parejas y amantes e hijos y criados en una villa de las afueras de Ginebra, donde todos se dedicaron a charlar, a beber, a fornicar, a tomar láudano y a pasear en barca por el lago, como si fueran los Rolling Stones en su exilio fiscal del sur de Francia, sólo que con 150 años de adelanto.
Una noche, aburrido por la lluvia y el frío, Lord Byron propuso escribir una historia de fantasmas. Mary Shelley, que sólo tenía 18 años y era la pareja del poeta Shelley (un hombre casado y con el que había tenido dos hijos), la escribió en una larga noche de insomnio. De esa larga noche de lluvia y truenos surgió el engendro de Frankenstein, “aquel monstruo miserable que yo había creado”, tal como lo definió su desconsolado creador, el joven Víctor Frankenstein, que sólo tenía veinte años cuando dio vida al “engendro” sin nombre que ahora llamamos Frankenstein, aunque más bien deberíamos llamarlo “la criatura de Mary Shelley”, porque fue ella quien lo hizo real (y ese adjetivo tiene sentido porque Frankenstein sigue tan vivo en nuestra imaginación como lo estuvo hace doscientos años en la mente de su creadora).
Cegados por las imágenes que todos guardamos en la memoria de Boris Karloff caracterizado como el monstruo de Frankenstein (con esos dos clavos que le salen del cuello), tendemos a olvidar que “Frankenstein”, publicada en 1818, no es una novela de terror ni una novela gótica ni una novela de fantasmas, sino una alegoría moral desoladoramente triste que habla de la soledad y del desamor y de las inconcebibles consecuencias de desafiar las leyes de la naturaleza. Mary Shelley la tuvo que publicar de forma anónima porque ningún librero quería editar un libro escrito por una mujer desconocida, pero ella se empeñó en que llevase el subtítulo de ”El moderno Prometeo” para que quedara bien clara la parábola sobre la soberbia humana que se había atrevido a jugar a ser Dios.
Pero en la novela hay mucho más que una parábola moral sobre los límites del conocimiento humano. Por lo que sabemos, Mary Shelley sufría largas depresiones como consecuencia de la muerte temprana de su primera hija y por la vida disoluta de su pareja, el gran Shelley, un poeta guapo y rico y manirroto que vivía como un Jim Morrison del siglo XIX huyendo de los acreedores mientras intentaba redimir a la humanidad de todas las injusticias. En el solitario monstruo de Frankenstein que no ha conocido el amor, Mary Shelly volcó la melancolía de su vida rodeada de genios a los que admiraba pero que nunca jamás se preocuparon de hacerla feliz. Y lo bueno del caso es que ahora, 200 años más tarde, casi nadie lee a Lord Byron ni a Percy B. Shelley, pero en cambio el monstruo de Frankenstein -el engendro sin nombre, el maldito demonio que dormía en una cabaña- sigue rondando muy cerca de todos nosotros, y no sólo en las largas noches de insomnio.
Eduardo Jordá, escritor y traductor
Por quinto año consecutivo, el Taller de Lectura con Eduardo Jordá centrará nuestra programación cultural para la temporada 2022-2023.
El formato del taller es presencial y virtual.
A continuación detallamos las fechas y las lecturas propuestas: