“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera”.
Este inicio brevísimo es uno de los mejores arranques de novela que conozco: toda la novela cabe en estas tres breves frases. El círculo infernal, la muerte, la maldición de un pueblo condenado a la desolación y la ruina, los personajes que no se sabe –ni lo saben ellos- si son reales o simples espectros, o el viaje hacia el pasado que es también el viaje hacia la muerte: todo eso, aunque no nos demos cuenta, está ahí. Porque uno intuye por el tono de esa voz que el viaje a Comala ha sido un fracaso y que esa persona que nos habla no ha encontrado nada de lo que buscaba. Y aún más: en el tono de esa voz resuena el vacío, resuena la soledad y resuena la desesperanza absoluta. Y toda la novela - aún no lo sabemos- va a estar compuesta por frases que suenan y resuenan en una calle vacía de un pueblo vací de un país únicamente habitado por los muertos. “Vine a Comala”. Es una frase aseverativa, sí, pero también un lamento, un profundo lamento que llega de muy lejos, aunque de pronto parece sonar muy cerca del lector, a sus espaldas, donde creía que no había nadie, o peor aún, desde dentro de su propia mente.
En una entrevista realizada en 1981 por Juan E. González, Juan Rulfo (1918-1956) recordaba lo terribles que fueron sus primeros años de vida: “Yo tuve una infancia muy dura, muy difícil. Una familia que se desintegró muy fácilmente en un lugar que fue totalmente destruido. Desde mi padre y mi madre, inclusive todos los hermanos de mi padre fueron asesinados. Entonces viví en una zona de devastación. No sólo de devastación humana, sino de devastación geográfica. Nunca encontré, ni he encontrado hasta la fecha, la lógica de todo eso. No se puede atribuir a la Revolución. Fue más bien una cosa atávica, una cosa de destino, una cosa ilógica”.
Por supuesto, toda esta devastación vivida por Juan Rulfo aflora en “Pedro Páramo”. La novela está compuesta por 70 fragmentos narrativos que forman un mosaico a primera vista caótico (luego veremos que no lo es en absoluto), y en ella se cuenta la historia de Pedro Páramo -un cacique violento y lujurioso que es dueño de todas las tierras de la comarca- y de la mujer de la que está enamorado, Susana San Juan. De algún modo, toda la violenta historia de México durante la primera mitad del siglo XX está narrada en esta breve novela de apenas 200 páginas. Y lo que aquí se aparece son las voces de los muertos, las voces de los muertos que nunca callan, las voces de los muertos que recorren las calles vacías y resuenan en las casas deshabitadas y cuentan la historia maldita de un pueblo y una ciudad y un país entero que vive sumido en la misma historia interminable de muerte y miseria y violencia. Bien mirado, el espíritu de “Pedro Páramo” sigue acechando en cualquier lugar del México profundo. Basta leer las noticias -pensemos en las mujeres de Ciudad Juárez-, y ahí están las voces de los muertos contando la misma historia de siempre.
Eduardo Jordá, escritor y traductor
Por sexto año consecutivo, el Taller de Lectura con Eduardo Jordá centrará nuestra programación cultural para la temporada 2023-2024
El formato del taller es presencial y virtual.
A continuación detallamos las fechas y las lecturas propuestas: