En 1928, Virginia Woolf fue invitada a impartir una conferencia en dos “colleges” de Cambridge cuyo alumnado era exclusivamente femenino. El tema oficial de la conferencia era “Las mujeres y la novela”, aunque todo el mundo sabía que la verdadera cuestión que se iba a tratar en la conferencia era un asunto bastante distinto: “¿Por qué las mujeres no pueden escribir novelas?”, o más bien “¿Por qué las mujeres tienen tantas dificultades para escribir novelas?” Virginia Woolf estudió los casos de las mujeres novelistas del siglo XIX en Gran Bretaña (Jane Austen, las hermanas Brontë, Elizabeth Gaskell, George Eliot). Y el resultado de esas dos conferencias forma este libro, que se ha convertido en uno de los ensayos más importantes del siglo XX. La solución de Virginia Woolf para despejar la incógnita de la ecuación mujeres/novela es muy sencilla y es ampliamente conocida: “Para escribir novelas, una mujer debe tener dinero y un cuarto propio; y eso, como ustedes verán, deja sin resolver el magno problema de la verdadera naturaleza de la mujer y la verdadera naturaleza de la novela”.
Cuando dio las conferencias, Virginia Woolf estaba casada con Leonard Woolf, tenía una imprenta (Hogarth Press) y acababa de escribir su famosa novela “Orlando”, en la que narraba las aventuras de un personaje andrógino -no binario, diría la jerga actual- que cambiaba de sexo a lo largo de las épocas (la novela estaba inspirada en su relación amorosa con Vita Sackville-West). Por aquellos años, Woolf era una escritora influyente que tenía una activa vida intelectual y que formaba parte de lo que se conocía como Grupo de Bloomsbury, o simplemente Bloomsbury (por el barrio de Londres donde vivían). Bloomsbury era un grupo de intelectuales y pintores y escritores que estaban unidos por unos complejísimos lazos sentimentales y familiares (si hubiera programas de chismorreo, las aventuras erótico-literarias del grupo de Bloomsbury darían para 27 temporadas ininterrumpidas en “prime time”, y aún quedaría material sin tratar). El caso es que ella y su marido, Leonard Woolf, formaban el centro de gravedad del grupo. Y gracias a sus novelas y a sus ensayos, Virginia Woolf ejercía una notable influencia en los círculos intelectuales británicos. De ahí la invitación a dar conferencias en los “colleges” femeninos de Cambridge.
“Una habitación propia” es un ensayo delicioso -y muy amargo y lleno de rabia, no lo olvidemos- que explora las razones que han impedido a las mujeres llevar a cabo un papel mucho más importante en la historia de la literatura. En un momento dado, cuando analiza por qué no hay poetisas ni dramaturgas que pudieran competir con Shakespeare, Virginia Woolf da una razón tan elemental que sorprende que nadie hubiera dado antes con ella: por la simple razón de que una mujer sola no habría podido sobrevivir en el mundo de los teatros y las tabernas londinenses del siglo XVII sin haber sido violada o sin ser considerada una puta despreciable. Así de sencillo. Y en otro momento, Virginia Woolf reflexiona sobre los motivos por los cuales hay autores masculinos que para ella resultan “andróginos”, es decir, que se expresan a través de un “yo” que a ella leresulta completamente transparente. Woolf llega a la conclusión de que esos autores andróginos usan “los dos lados del cerebro” -el masculino y el femenino- y eso permite que ella pueda identificarse por completo con ellos (Shakespeare y Keats son para ella escritores “andróginos”). Y en cambio, hay otros escritores que le resultan ajenos porque únicamente usan el lado masculino del cerebro, de modo que ella se siente excluida de ese “yo” que se expresa en sus obras (esos autores incluyen a Wordsworth, Tolstoi y Kipling). Esta reflexión es tan aguda, tan inteligente, que uno se pregunta cómo es posible que nadie se hubiera dado cuenta de ello hasta que tuvo que formularla Virginia Woolf.
En 1928, cuando dio estas conferencias, Virginia Woolf ya sufría las depresiones y los problemas mentales que acabarían empujándola al suicidio en 1941, pero la claridad, el humor irónico y la agudeza de sus reflexiones muestran un carácter y una actitud muy distintas de la imagen final que nos ha quedado de ella: esa mujer atormentada y desquiciada que se metió en un río con los bolsillos repletos de piedras. No hay nada en este ensayo que nos haga pensar en esa mujer destruida, porque lo que asoma en “Una habitación propia” es justamente lo contrario: una mente afilada y curiosa y vivísima que va pasando revista a todos los mecanismos sociales que han impedido a las mujeres desplegar una vida intelectual como la que Virginia Woolf tuvo la suerte de poder desarrollar en su vida (gracias a su origen social y a la educación que recibió, como ella misma reconoció todas las veces que hizo falta).
En español tenemos la suerte de que Borges tradujera este ensayo por indicación de su amiga Victoria Ocampo -la editora de la revista “Sur”-, y además tenemos una curiosa conexión española. En 1923, Virginia Woolf y su marido hicieron un largo y fatigoso viaje a España, ya que fueron a visitar a su amigo Gerald Brenan, que vivía en Yegen, una aldea perdida de las Alpujarras, y tuvieron que realizar la última parte del viaje a lomos de burro. Brenan lo cuenta en “Al sur de Granada”: “La recuerdo como una persona totalmente distinta, corriendo por las colinas, entre las higueras y los olivos. Se me parece como una dama inglesa nacida en el campo, esbelta, escrutando la distancia co ojos muy abiertos, olvidada por completo de sí misma, en la fascinación por la belleza del paisaje y por la novedad de encontrarse en un lugar tan remoto y arcaico”. Es esa mujer que corre sin miedo por las colinas de las Alpujarras, entre higueras y olivos, la que escribió las páginas deslumbrantes de “Una habitación propia”.
Eduardo Jordá, escritor y traductor
Por sexto año consecutivo, el Taller de Lectura con Eduardo Jordá centrará nuestra programación cultural para la temporada 2023-2024
El formato del taller es presencial y virtual.
A continuación detallamos las fechas y las lecturas propuestas: