Cuestiones hay que desde la más tierna mocedad instan a nuestras conciencias a la reflexión, cuando no a la continua ponderación de no pocas inquietudes, ideas, actitudes, circunstancias o realidades, y casi siempre de manera tan tozuda, por reiterada, que parecería en su relato cosa inacabable: doblegándonos nos fuerzan incluso hacia la misma obsesión introspectiva. Lo digo, salvo preferible o más destacado parecer, porque esta cuestión que traigo al caso es una realidad flagrante en nuestras vidas y, aunque bastante más corriente de lo que deseáramos, resulta, no obstante, tan inaudita, tan incomprensible como inaceptable para casi todos. Pero tan cierta es su presencia, insisto, que aún hoy, andado muchos años, ha tenido como resultado esta meditada exposición que no esconde, en su muy restringida y exigua sugerencia intelectual, una seria preocupación emocional y racional (también ética), si origen primordial de sus planteamientos. El conjunto de todo ello me hizo entender la vida en su dimensión más brutal y también más amarga, y de la que acaso todos en principio estamos mal advertidos y peor aconsejados.
Como señala José Enrique Martínez, «cuando uno comienza la lectura de este libro, lo primero que observa es el afán del autor por precisar los conceptos, desde el mismo significado de problema, algo necesario si se quiere entender o clarificar algo tan complejo como lo que el mal supone como problema filosófico, moral, existencial, metafísico, trascendente
. No estamos lejos de lo que al hablar de la poesía de Acuyo nombramos como rigor conceptual, léxico, lingüístico, formal
En la lectura de este ensayo una lectura exigente y demorada puede captar el lector la riqueza léxica y conceptual, aspectos que se implican, si no son en la práctica lo mismo».