Muerte, mortalidad e inmortalidad derraman su esencia en el crisol de la mundana vida humana; horrores que nos arrojan a soñar, leer y escribir. Los libros filosóficos, literarios y poéticos aparentan ser creaciones estáticas que rescatan vivencias delicadas. Sin embargo, esas obras viven, poseen vida propia, y en cada hoja y cada palabra hay tiernos gestos de almas que desean ser acariciadas por ojos hambrientos de letras. Este libro es un despliegue de sensibilidad, un canto al hermanamiento entre filosofía y poesía que lo convierte en un intento inspirador de fusionar el pensamiento con el arte. El subtítulo Crisálidas de cristal, que designa la forma larval del pensamiento joven del autor, sugiere una frágil metamorfosis respecto a los presagios confesados en su primera obra. En cada página, "uno tiene la sensación de que está leyendo un poema, rítmico, cadencioso, aderezado con palabras de hermosura diáfana que envuelven al lector en una crisálida de pureza y dulzura".
