La edición ya debida de A pátria en chuteiras celebra en castellano un clásico mayúsculo de la literatura deportiva, que canonizó en el Brasil de los sesenta la crónica futbolística como pieza de estilo y como género. En unas columnas que de algún modo corren parejas a las que publicó irrepetiblemente por los mismos años sobre lances de infidelidad conyugal (No tengo la culpa de que la vida sea como es, Días Contados, lusitana 4(40), 2018), Nelson Rodrigues relata con feliz y arrebatada desinhibición el ascenso y consagración de la selección carioca en los tres campeonatos mundiales de 1958, 1962 y 1970. Y proclama con ellos una voluntad cívica de entonar el plural consustancial al fenómeno de masas (o a la nación), más como celebración festiva que como acrimonia. Como su escritura: una alegría de vivir. "Lo que yo me pregunto es si un brasileño debe aceptar en su propia tierra una bofetada de un peruano. Hay buena parte de la prensa que piensa que sí. Considera un «espectáculo degradante» el uso que hicimos de la legítima defensa. Hubo una tangana. ¿Y qué? En Inglaterra es mil veces peor. Allí se pelean los veintidós jugadores, las dos aficiones, el árbitro, los jueces de línea y hasta los recogepelotas. Después se van todos a la estación a destrozar locomotoras. Es un pueblo gigantesco, que salvó al mundo. Si en Dunquerque Inglaterra hubiera capitulado, los nazis celebrarían pruebas hípicas montando a brasileños".